
Rezo por los vivos
“No somos seres humanos viviendo una experiencia espiritual, somos seres espirituales viviendo una experiencia humana.“ – filósofo francés Pierre Teilhard de Chardin.
“El duelo se trata de una herida y, por tanto, requiere de un tiempo para su cicatrización. El duelo es el proceso psicológico que se produce tras una pérdida, una ausencia, una muerte o un abandono. El dolor por la pérdida se puede experimentar no solo por la muerte, sino cada vez que en la vida tenemos una experiencia de interrupción definitiva de algo, de pérdida, de distancia que no podrá ser cubierta”, nos dice en su portal la psicóloga española Julia Pascual.
En las recientes semanas tres personas cercanas a mí han fallecido. He brindado a la distancia mis palabras y empatía a estos amigos que están transitando el dolor de perder a un ser amado. Estos hechos me han llevado a días silenciosos, de reflexión y en gratitud. Así los llamo, días silenciosos, donde percibo que genero poco ruido y donde disfruto la compañía del silencio.
Conecto con la muerte de mi madre. Un momento de mi vida de profundo dolor y a la vez, que me enseñó el verdadero concepto para mí de fortaleza, del amor incondicional y de evolución personal. Desde aquel día, casi ya 7 años, mi percepción de la muerte se ha enriquecido, transformado y, sobre todo, he visto cómo el dolor puede ser un campo fértil para nuestra evolución como seres humanos. Transitar el dolor, así lo describo, desde la humildad, la apertura y sobre todo, el desapego y la confianza que la vida tiene un orden divino. En el momento, puede resultarnos imposible entenderlo, pero el tiempo y sus nobles características que le percibo, de las cuales ya he hablado en otras ocasiones, hacen su labor y siembran en nosotros la resignación.
El amor incondicional que nos permite dejar ir a nuestros seres amados, dejarlos descansar y confiar que trascienden a un mejor lugar, desconocido para los mortales. Se estila por religión, usos y costumbres rezar por los muertos. Hoy pienso, siento y confío que la justicia divina lleva sin trámite a nuestros seres queridos al paraíso. Incluso hasta lo imagino y sonrío.
Hoy en día yo rezo por los vivos, los que sobrevivimos a la muerte de esa persona, de ese ser humano único, irrepetible e irremplazable que ha abandonado su cuerpo físico. Pido porque llegue a su vida la tranquilidad, la resignación, el consuelo requerido y se restablezca su ánimo y fé para que cada vez que venga a su mente ese ser amado que ha muerto, su ser se llene de gozo y una sonrisa en su rostro. Cuando logre entender, aceptar y sentir que “mi madre vive en mí”, pensarla pone mi corazón contento.